miércoles, 26 de mayo de 2010

Sound Redemption.




Y es....... Es como música que se me abre paso, tocada desde un oscuro sótano enterrado en las profundidades de una ciudad fantasma que no quiere aparecer en los mapas. Cierran la puerta para tocar sus notas en un retiro artístico, la inspiración tiene una copia. Rehusan de opiniones, de juicios y críticas, solo ellos comprenden lo que sus instrumentos cuentan, susurran, siguen el compás de una lámpara que colgando del techo se balancea de lado a lado, débil luz, sombras móviles. Ríen, fuman y beben, llenando el pequeño refugio con una espiral de melodía dopada, tiemblan las cuerdas, retumban los bombos y una voz cuenta historias sin pies ni cabeza para los cuerdos. Apretados, casi sin espacio, sumergen sus sentidos en los paisajes de Nueva Orleans y la Música se sienta a hacer vudú mientras va pasando una botella de bourbon con la etiqueta gastada, sabe a Si Bemol. Se oye el arrastrar del caimán y la quietud del pantano. Mi atención va dando pequeños brincos mientras esa voz sube y baja en su ímpetu por darle a la melodía un cuerpo que poder acariciar, besar, morir abrazado a él acongojado por una tormenta de lujuria. Los músicos se miran entre ellos, miradas cómplices de las que muchos uirían despavoridos porque el terror tiene muchas caras y todas desconocidas, lo incomprensible lleva a la locura, ya lo dijera aquel, aquel de los mundos oníricos y la oscuridad cósmica. Suena un lenguaje cifrado que aisla al extranjero, al intruso,ese que evita el disturbio de la monotonía, dame una estructura sólida que desmantelar, Déjame Romper el Rompecabezas, anudar el nudo a tus convencionalismos. Y sonar mi nariz con ellos.

Se encierran en su libertad.

Observan en silencio como el aire transporta sus emociones, el búnker se convierte en lanzadera de sus mentes que viajan a pesar de quedar paradas en lo estático del espacio, el deseo de la expresión conecta con el movimiento de sus cuerpos. Pero es la conexión la vía que conduce al objetivo, la finalidad de ese autoexilio. Perder el contacto con la humanidad para poder conectar con ella. Llega a ellos el tacto del sonido, cálido y verdadero, directo. No hay filtro posible. Nada entra, y es que la música llena las cuatro esquinas, mientras fuera los conformistas, literatos, ilustrados, exigentes, aparentes, aburridos, dogmáticos, oportunistas y neutros gritan, ríen, rompen sus gargantas, se desesperan y tiran de sus pelos, dan golpes en el suelo y se arañan la cara ante la impasible tranquilidad que se percibe bajo tierra. Este ataúd rebosa vitalidad. Se desencadena el murmullo y la critica en el exterior, no perciben que mientras litigan y refutan, los campos que pisan pierden su verdor, tornando grises sus propias almas. Y nada importa en el interior, es una caja de Pandora que desata el caos pero en esta ocasión la esperanza se torna indiferencia.

Se diluyen en su subjetividad.

Y de ese caos surgen adalides de Midas que retozan en el barro de la fama cubriendo con finas telas de originalidad manipulada el sonido que surge como un estandarte de lo moralmente correcto. Cazan a sangre fría las notas que volaban libres a lomos de la inspiración, las encadenan y ceban de elogios hipócritas para el día en el que el becerro de oro sea conducido por las calles de Babilonia, la gente se asoma a las ventanas, corren a su encuentro, lo tocan con fervor, bailan, saltan, suspiran y se desinhiben. Gritan: He aquí nuestra mimesis, la adoraremos con vendas en los ojos. Y él crece en orgullo, llena sus oídos de placeres y de autosatisfacción, crece y crece y la gente baila. El caos cesa pues la solución reluce en el panteón de lo artificial. Se oyen mofas, burlas y risas desde la superficie que vomita almas grises. Pero lo que la inspiración no bendice, el tiempo no hace inmortal, y el becerro una mañana se desmorona cayendo sus trozos por la escalinata del templo, un templo erigido con el peso de los bolsillos. Y el pueblo clama por otro ídolo, por otra distracción que emborrone lo que sus oídos no quieren comprender, los sustitutos levantan sus manos, no se hacen esperar. Y entre el desconcierto de lo vulgar pequeñas mentes rebeldes se ocultan en las sombras buscando el origen de una realidad sepultada, de una pureza oculta tras barreras materialistas. Cavan.

Se iluminan en su despertar.

El músico mira las nubes, se arrastra y respira el aire contaminado por voces desnaturalizadas, se asoma al acantilado y contempla la ciudad que grita y se retuerce. El silencio toma posesión del mundo, las miradas toman el punto de fuga en sus facciones puras y la inspiración se despereza para gritar un sonoro, ECCE HOMO.

Rinhork.

Imagen: Dérision du Christ, Gerrit Van Honthorst, 1617.

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